viernes, 30 de marzo de 2012

ME LLAMO DANIEL ZAMUDIO (o contra los crímenes de odio)

“El muchacho sangraba por la nariz y por la cara. Alejandro le rompió una de las botellas en su cabeza, y, como ya estaba muy inconsciente, viene el Pato Core y le marca con el gollete una esvástica, que es signo nazi. Alejandro agarró una piedra grande que estaba ahí y se la tiró en la guata unas dos veces, después la tomó y se la tiró en la cabeza. Después, Fabián tomó la piedra y la lanzó como diez veces en las piernas de la víctima. Le hicieron como una palanca, y ahí se quebró, sonaron como unos huesos de pollo, y, como ya el muchacho estaba muy mal, nos fuimos cada uno por su lado”.

Esta es la declaración de uno de los agresores del crimen de odio más brutal hecho público en esta parte del continente, pero no es el único: más al norte, el asesinato del joven afroamericano Trayvon Martin ha generado polémica dentro de los Estados Unidos y fuera de este, debido a la impunidad en torno a este hecho, que ha revelado, una vez más, prejuicios y discursos racistas que recorren este país. Trágicas coincidencias: una semana después del asesinato de Trayvon, Daniel Zamudio caminaba por las calles de Santiago cuando un grupo de neonazis lo atacaron por su andar diferente, por mover las caderas a un paso que a sus torturadores no les gustó. Estos, no satisfechos con destruir y profanar su cuerpo, lo marcaron dibujándole una esvástica. Sus ejecutores decidieron que, en medio de la orgía mutiladora, había que dejar la huella, la marca, la firma del poder “normalizador” sobre el cuerpo. Daniel, tras haber agonizado casi un mes, murió este martes 27 a las 7:45 p. m., hora que nuestrxs hermanxs chilenxs –sobre todo aquellos activistas de la comunidad LGTBI‒ jamás olvidarán.

El término crimen de odio surgió a mediados de los años ochenta en los Estados Unidos. Se trata de un delito dirigido contra una persona o un grupo de personas, debido a su raza, religión, nacionalidad o identidad sexual. En el Perú, todos los días, aparecen en las noticias muchachas desfiguradas, quemadas o asesinadas por su parejas. A su vez, los grupos homosexuales son acosados, insultados y agredidos a cada momento. Según cifras del año pasado, difundidas por el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), en los últimos cinco años, fueron asesinadas 249 personas en el Perú, debido a su orientación sexual o identidad de género. A esa cantidad habría que sumarle todas las demás personas que han sido agredidas por ser mujeres, por hablar diferente, por su color de piel, por ser indígenas.

 ¿A quién le importa?

A mí me importa, y estoy segura que también a muchas otras personas que, como yo, se han sentido tocadas y rebeladas ante estos crímenes. No se necesita pertenecer a la comunidad gay o afrodescendiente para reclamar justicia en contra del horror. Tampoco es relevante que el crimen haya ocurrido en otro país, sino ponerse de pie contra la injusticia y no tolerar a los phillip butters que hablan desde su intimidación altisonante a favor de la violencia: “voy al nido de mi hija y si veo a dos lesbianas u homosexuales chapando [...] a la tercera ya los estoy pateando“. Las leyes contra la discriminación y su penalización son importantes y deben cumplirse, pero las leyes no cambian nuestros prejuicios ni nuestra frialdad frente a estos crímenes. Hoy, yo me llamo Daniel Zamudio en solidaridad con todas las personas que son perseguidas, discriminadas y acosadas en cualquier punto del orbe.

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