sábado, 3 de marzo de 2012

IQUITOS EN EL CORAZÓN


Iquitos es una ciudad pobre y precaria. Sin embargo, su corazón contiene joyas como las casonas del Malecón Tarapacá de finales del siglo XIX, adornadas con delicados mosaicos portugueses. En realidad, bellezas que decaen, casonas que miran al Itaya con pena. La pobreza de buena parte de sus habitantes es evidente. Muchos de ellos han tenido que salir de sus comunidades y aculturarse para poder sobrevivir. 

La mayoría de sus calles no están asfaltadas. Así que, además de tener que combatir a los zancudos y mosquitos, deben convivir con el barro y la basura, todos portadores de epidemias y enfermedades. Y mientras la ciudad agoniza, su alcalde, el señor Charles Zevallos, practica su deporte favorito: en Pachacámac, hace parapente y cae a tierra. Yo le llamo a eso justicia poética. Por supuesto, a su favor está el hecho de que la agonía de Iquitos viene de hace mucho; pero Zevallos —como muchos de nuestros funcionarios— decide asumir la política como un acto de goce personal en lugar de un acto de servicio. 

Estamos acostumbrados a imaginar a la gente de la selva como sujetos que viven del baile, la fiesta y el sexo gozoso. Y, quizá, en cierto sentido sea verdad, pero el otro lado de la moneda es la sobrevivencia por encima de la prostitución infantil, las drogas, el dengue y la neumonía. Desde luego, el baile y la alegría que les atribuimos son solo una manera de tapar las múltiples carencias en cuestión de infraestructura y ciudadanía que poseen. Por otro lado, la cultura les importa poco a las autoridades: el Museo Amazónico, por ejemplo, es un completo desastre. Una vergüenza en una ciudad que debería tener un museo de primer orden, sobre todo un museo indígena bien documentado. 

No obstante, hay todo un arte y una música que han venido a revolucionar con su color y sus sonidos nuestras expresiones más interesantes en esos ámbitos. Christian Bendayán es el ejemplo de un artista plástico que se ha alimentado del arte popular de su tierra en sus múltiples facetas, y no solo eso, sino que se ha convertido en el difusor más importante del arte amazónico contemporáneo. Esto se ha concretado en las muestras “Poder Verde I” y “Poder Verde II” en Lima y, también, en el extranjero. En Iquitos, tuve la oportunidad de visitar El Refugio, bar dedicado al amor, en iconografía de Ashuco. Poderosas imágenes se reúnen en un espacio para enamorados de todo tipo. Recientemente, el mismo Bendayán acaba de inaugurar la muestra “El Paraíso del Diablo” en la Municipalidad de Miraflores, donde se evidencia la destrucción y la crisis que sufre esta ciudad, además de las apropiaciones que ha hecho el propio artista de su historia cultural: se puede observar una cabeza reducida, una versión personal del mural hecho por el pintor César Calvo de Araujo -mural que se deteriora en viejos almacenes debido a la destrucción del Palacio Municipal, lugar que lo albergaba, y que hoy es un forado en el centro mismo de la ciudad- ,hasta la hipnótica imagen de un muchacho soñando al pie de una pared de mosaicos y tendido sobre cartones. Pero ¿por qué siempre nuestro país tendrá que ser ese lugar de grandes contrastes? 

Por supuesto, visitar sus espacios campestres o simplemente navegar en el río es una experiencia cuyo sentido es difícil de expresar aquí. El silencio, el sonido de los animales, el arte indígena y el arte de la ciudad contrastan con la precariedad de la vida cotidiana y con la desidia de sus autoridades. La Amazonía no puede ser solo un lugar de explotación y extracción de sus recursos naturales, debe ser un lugar justo y digno para sus ciudadanos.

A Iquitos se lo lleva siempre en el corazón.

Pintura de Ashuco (José Asunción Araujo9 en el Bar El refugio de Iquitos.

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