domingo, 22 de julio de 2012

VIGILAR Y CASTIGAR EN EL PERÚ DE HOY (y de ayer)


Los funerales de Atahualpa. Marcel Velaochaga.


El martes 17 de julio se inauguró en la sala Luis Miró Quesada la muestra “Vigilar y castigar: breve historia de la censura del arte en el Perú”, que exhibe trabajos que fueron censurados de distintas maneras durante el último cuarto del siglo pasado. Así, se puede ver, entre otros, la Carpeta Negra, del grupo NN; el Kimono para no olvidar, de Jorge Miyagui; y Los funerales de Atahualpa, de Marcel Velaochaga, cuadro que subvierte el lienzo hecho por Luis Montero en la segunda mitad del siglo XIX. Me imagino a Los funerales expuesto en un espacio solamente dedicado a su exhibición y con una banca en frente para contemplarlo como se debe; es un lienzo tan rico y poderoso que exponerlo entre tanto material (igual de relevante, por supuesto) hace que pierda, de alguna manera, la profundidad y diversidad de su propuesta. Me parece importante que la muestra haya sido inaugurada en el intersticio de la celebración por los veinte años de dos acontecimientos terribles para nuestra historia contemporánea: el coche bomba de la calle Tarata en Miraflores y el secuestro y asesinato de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle-La Cantuta en el año 1992; eventos próximos a un 28 de julio poco promisorio y con sus muertos a cuestas también: César Medina Aguilar, Faustino Silva Sánchez, Paulino García Rojas, Joselito Vásquez Jambo y José Antonio Sánchez Huamán.

El cuadro de Marcel Velaochaga retrata de manera amplia los diversos discursos que se han superpuesto sobre la ficción y el deseo del cuerpo muerto del inca en el Perú. El silencio del inca hace “hablar” a una historia conflictiva y, en general, impune, que se enlaza con otros discursos colonialistas y hegemónicos que se han impuesto en el país a expensas de muchas vidas. Así, por ejemplo, si bien, desde el 16 de julio de 1992, en que explotara un coche bomba en la calle Tarata de Miraflores, muchos no hemos dejado de lamentar y recordar tal hecho; sin embargo, llegar a la verdad en el caso La Cantuta ha demandado una lucha larga y dolorosa por parte de los familiares hasta dar con los cuerpos de las víctimas (en realidad, nómina de huesos- Vallejo, siempre preciso) y el culpable mayor, Alberto Fujimori.


Bertila Lozano, Dora Oyague, Luis Enrique Ortiz Perea, Armando Amaro Cóndor, Robert Édgar Teodoro, Heráclides Pablo Meza, Felipe Flores Chipana, Marcelino Rosales, Juan Gabriel Mariños y el profesor Hugo Muñoz fueron secuestrados aquella madrugada del 18 de julio, llevados a un paraje oscuro, que se denominó La Boca del Diablo, en Huachipa, y allí fueron ejecutados por miembros del Grupo Colina, grupo dirigido por Martin Rivas. Luego fueron desenterrados, incinerados y vueltos a enterrar en la zona de Cieneguilla. La escena que más me impactó a mis veinte años fue el descubrimiento de un manojo de llaves en las fosas comunes de Cieneguilla en el año 1993. Allí, por primera vez, vimos el rostro de una de las mujeres que más ha luchado por encontrar la verdad en este país: la señora Raida Cóndor. Al abrirse el armario de su hijo Armando, el primer grito contra el poder se daba paso. 

Expediente Armando. Alfredo Márquez

Las Fiestas Patrias no se celebran con la obligatoriedad de banderas, monumentos pintados –o no– y libertadores de piedra, sino en la reflexión sobre nuestra historia y la justicia por la que debemos seguir batallando. El arte no es el único espacio de censura: también ha habido cuerpos censurados en este país, cuyo paradero es hasta ahora desconocido. Vaya a ver la muestra y a ve(la)r Los funerales, antes de que lo descuelguen. Vale.










Esta columna fue publicada, con ligeras modificaciones debido al espacio, en el Semanario Siete el 22 de julio de 2012.

domingo, 15 de julio de 2012

LOS OPERADORES PEDAGÓGICOS Y LA UNIVERSIDAD (II)


La columna del domingo pasado nació de una experiencia negativa: un mensaje desolador y amenazante que me envío a mi correo personal un alumno por no gustarle su calificación en una asignatura. Bien, espero que encuentre su solución y firme sanción prontamente en el fuero universitario. Lo que he repetido esta semana es que no creo que se trate de un hecho aislado y de que sí existen condiciones, en algunos espacios más propicios que en otros, para este tipo de reacciones. Por otro lado, también quise subrayar el carácter delictivo del mensaje, es decir, que no se trata de un problema profesorx-alumnx, sino de un problema que, para mí, es un síntoma de estos tiempos.

Hay cosas en el Perú, discursos que se superponen unos a otros y circunstancias que son inevitables de relacionar. Porque si unx joven de 17 o 18 años puede ejecutar tamaña acción, entonces, un presidente puede hacer silencio también, o unos policías hacer uso de su poder para atacar a una familia que quiere enterrar a sus muertos. Vaya, que todo eso me hace pensar, y mucho, en cuestiones que tienen que ver con la ideología y con las prácticas ciudadanas en este país. Hay una corriente bastante fuerte contra el pensamiento de izquierda, y no sin razón, porque —o bien se ha manifestado de manera violenta, o bien se ha posicionado de manera acomodaticia según el poder de turno—. La derecha no ha hecho menos, pero tiene en su ventaja una disciplina y una constancia envidiables, tanto que nos han hecho pensar que la ideología no existe, que la ideología es algo de lo que suelen hablar “aquellos izquierdistas”, pero la ideología está en todo y lo permea: por ejemplo, en nuestras relaciones profesorx-alumnx, y esta es una cara de la universidad que debemos tomar en cuenta de manera atenta.

Imagen de El Roto

La universidad, en general, en este país, ha sufrido grandes cambios en los últimos veinte años —como en la mayor parte de países de América Latina, y, no por nada, nuestros vecinos chilenos exigen educación gratuita y salen a marchar por ella—; sin embargo, estos cambios, a pesar de que han recalado en una relación mucho más horizontal entre profesores y alumnos, además de que muchos más jóvenes pueden acceder al nivel universitario  —lo que antes era bastante reducido y minoritario—, también han traído como consecuencia que los niveles de reflexión y sentido de la universidad se hayan relajado de manera sensible, dando paso a discursos de alto pragmatismo, que insisten en el éxito del individuo. Antes lxs estudiantes de una universidad de prestigio tenían un lugar y una presencia en las marchas nacionales, pero ahora nadie confía en la política. Así, el discurso del éxito y la autoayuda, sumado a ciudadanías diferenciadas, corrupción, espectáculo, falta de ética en la política y en los medios de comunicación, crea un escenario perfecto para que, en ciertos contextos, confluyan individuos cuyo sentido de la vida se manifiesta a través de una relación de patronazgo.

¿Qué rol nos toca a nosotros los docentes frente a estos nuevos escenarios? ¿Ceder ante ellos y convertirnos en meros operadores pedagógicos, o resistir? Son preguntas que me dan vueltas constantemente, pues ceder te hace la vida infinitamente más fácil, sin conflictos ni quejas de los estudiantes; pero de ninguna manera te sientes satisfecho como docente. Resistir es mucho más difícil y, muchas veces, incluso esquizofrénico en espacios que no están preparados para eso.

Por supuesto, este debate da para mucho más que dos columnas en una revista semanal. Es un debate que está por hacerse, así como tantas otras cosas en este país.


Esta columna fue publicada hoy domingo 15 de julio de 2012 en el Semanario Siete (www.siete.pe)

domingo, 8 de julio de 2012

LOS OPERADORES PEDAGÓGICOS Y LA UNIVERSIDAD (I)


Durante mi estadía en Londres como invitada a un festival de poesía, recibí, en mi correo personal, el siguiente mensaje de un tal Pedro García: “oe perra de mierda porque me jalas si yo tambien hize trabajo final de creatividad payasa TODO PORQUE ME TIENES COLERA” (sic). Por cierto, no tengo ningún alumno con ese nombre, pero sí he dictado ese curso en una universidad particular ubicada en Surco. Hace buen tiempo que estaba pensando en escribir una columna como esta, pues muchas cosas me han hecho reflexionar últimamente sobre mi trabajo como docente. Así, este e-mail me llegó para confirmarme —demasiado feamente— muchas ideas que tengo sobre la enseñanza universitaria en estos tiempos que corren. 

Mi primera pregunta es con qué clase de estudiantes estamos tratando; es decir, de qué manera la universidad está seleccionando a sus candidatos, porque, si el examen de conocimientos ha sido superado hace buen tiempo como prueba de ingreso, entonces, ¿qué valor se le da al área psicológica y de maduración emocional de estos alumnos? Por otro lado, el hecho de que yo sea mujer es un factor que también se debe tener en cuenta para medir el tamaño de la agresión, lo cual, por supuesto, nos sigue diciendo mucho acerca de los discursos masculinos que subyacen en nuestra sociedad.

Las universidades, por diferentes motivos, aunque generalmente es el mercado el que viene rigiendo también este ámbito, han ido construyendo un perfil que dice querer adaptarse al estudiante de hoy, pero me pregunto de dónde sacaron ese modelo, y si eso es lo que hay que darle a los chicos, sobre todo en este país, en el cual la educación es la última rueda del coche —¿o se basan en diagnósticos foráneos?—. Un estudiante aprende de mil maneras, y uno puede, si quiere, hacer uso de muchos recursos como el audio, el video, la Internet, etc., pero sacrificar los contenidos solo porque la clase debe ser “más entretenida” no creo que nos esté llevando a ningún buen puerto. En muchas universidades, los alumnos ya no conocen sus bibliotecas, y la palabra investigación es algo de lo cual jamás han oído hablar e incluso les saca ronchas a muchos. Ahora tienen que asimilar conocimientos con base en planteamientos didácticos dictados por un grupo de pedagogos, que, desde mi particular visión, solo ahondan la distancia que desde hace buen tiempo hay entre el colegio y la universidad, en el sentido que yo entiendo esta última: como espacio de discusión, creación e investigación. 

De esta manera, nos estamos convirtiendo en simples operadores pedagógicos, es decir, sujetos capaces de transmitir un conocimiento digerido, inventores de toda especie de PowerPoints maravillosos y artísticos que los alumnos ven como su salvación antes de ir a un examen y, aunque muchas veces me parece necesario apuntar dos o tres ideas en ellos, usarlos como suplemento del propio trabajo de investigación que un alumno debe hacer es hacerse cómplice de un sistema que los sigue manteniendo en la superficialidad y que, pocas veces, explora su sentido crítico. Obviamente, no puedo generalizar, pues he tenido alumnos maravillosos, interesados, inteligentes y sensibles en todos los lugares en los que he enseñado, aunque en algunos más que en otros, y por ellos es que también escribo esta columna.


Debo decir que no soy pedagoga, pero, la verdad, es que buena parte de lo que sé lo aprendí en las cafeterías, con los amigos, en la biblioteca, o en ciertas conversaciones de los maestros fuera del aula, pero eso queda para una siguiente entrega. 












Esta columna fue publicada en el Semanario Siete el domingo 8 de julio de 2012.