martes, 16 de abril de 2013

CONTRA UN ARTE DE LA MISERIA


Escribo esta nota de puro indignada, de puro terca, de puro amiga. Sí, esta nota la escribo a raíz de la enfermedad del poeta Domingo de Ramos. Domingo, además de ser uno de los poetas más destacados de los últimos treinta años, es un ícono de su generación, los candentes años 80. Su vida la ha hecho desde la militancia juvenil casi adolescente en el PCR pasando por la Universidad de San Marcos y la bohemia de Lima, por ello es conocido y querido por muchísimas generaciones.

Esta la segunda vez en los últimos seis o siete años que la enfermedad lo agobia moral y económicamente. “El dolor te produce una total infecundidad”, había declarado aquella primera vez. Mary Ann, su novia, con ese punche que tiene, ha organizado ya dos eventos para recaudar fondos, el último tuvo lugar el domingo pasado en el bar La Emolientería y se tituló “Tu domingo para Domingo”. Hubo música, poesía y el cariño de los amigxs. 

A mí me subleva el hecho de que un poeta como Domingo de Ramos, reconocido aquí y en el extranjero, tenga que organizar eventos, venir a leer a pesar de su dolor físico y psicológico para poder juntar dinero e ir a sacar una cita en el hospital y hacerse exámenes. Sí, es verdad que muchos peruanos padecen lo mismo y lo resuelven como pueden con polladas y bailantas, pero los artistas e intelectuales hacemos una carrera alrededor del arte, nuestro trabajo es permanente, lo mostramos aquí y afuera, y nadie nos aplaude ni nos paga por eso. Un arte de la miseria solo puede crear artistas de la miseria.
Señores del poder, estamos hartos de la autogestión, la vivimos diariamente. Señores del poder, si el Perú avanza y el dinero se les cae de las narices, y roban obscenamente ante nuestros ojos sin que ya no nos importe ¿Por qué no políticas de seguro médico y ayudas financieras para los poetas, escritores, músicos, bailarines, etc.? Ah, porque no les producimos capital económico. Producimos capital simbólico, entiéndanlo de una vez. 

Señores del poder, muchos artistas e intelectuales seguimos viviendo en la precariedad, algunos con mayor gravedad que otros. Los poetas siempre están en la cuerda floja. Es un arte que no se vende. Es un arte con una tradición de muertos en humillación y pobreza si ya no lo son como NN (terrible metáfora de la vida en el Perú): el poeta Juan Ramírez Ruiz –fundador del movimiento Hora Zero- es nuestro último muerto más triste y famoso.

No debemos callar, debemos denunciar constantemente esta realidad inhumana, la palabra es crítica y activa también. Si todavía hubiera alguna posibilidad de agruparnos en estos tiempos nostálgicos, la invoco. Sé que la solidaridad no se ha perdido y eso aún me anima a hacer honor al nombre que mis padres me pusieron.

Victoria Guerrero
Miraflores, 9 de abril de 2013

domingo, 16 de septiembre de 2012

AY BRYCE, BRYCE


El premio que acaba de recibir Alfredo Bryce en la FIL Guadalajara sabe amargo. Nos pasamos repitiéndoles a los alumnos que el “plagio” es un delito que se sanciona incluso con la separación de la institución en la que estudia, y ahora se ha premiado a un autor sobre el que recae la sombra del plagio. Bryce no es un autor cualquiera, es un referente cultural para muchos jóvenes. La fiesta por su premio queda trunca, en la punta de la lengua.

Desde el momento en que se descubrió el copy & paste y luego de la resolución del Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi) en 2009, jamás ha asumido su responsabilidad ni mucho menos pedido disculpas, y, peor aun, después de la entrega del premio ha dado declaraciones en las que afirma cínicamente que ha quedado libre de polvo y paja, y que solo hay gente que no lo quiere, como si la vida púbica de un escritor se resumiera en “hay gente que me odia”. Que en este país todo se pueda tergiversar con la facilidad obscena de una llamada de teléfono o de un abogado bien curtido y relacionado no quiere decir que aquellos que tenemos dos dedos de frente no sepamos que todas esas denuncias y la sentencia de Indecopi sean verdaderas. En una entrevista que le hace G. Pajares en Perú 21, ese año dice: “El plagio, como decía Borges, es incluso un homenaje. Borges le plagió a medio mundo. Yo no siento haber plagiado a nadie. El texto de Willy Niño es un trocito así (y, con los dedos, marca unos tres centímetros), el resto es mío”.

Recuerdo que, por menos de ese “trocito”, Fernando Iwasaki tuvo que dejar su trabajo y su país e irse a vivir fuera. Lo recuerdo vivamente, porque todos nos arremolinamos alrededor de un panel en el que se encontraba la prueba del delito: su texto al lado del texto plagiado. Vivíamos una época altamente politizada, y su caída tuvo algo que ver con eso. Esto me impactó profundamente, pues yo recién había ingresado a la universidad y él era mi profesor de Historia Universal. Ahora, ante la incredulidad de muchos, después de más de veinte años de ese incidente en la rotonda de Letras de la Universidad Católica, un escritor peruano acusado de plagio en el ejercicio de su trabajo recibe un premio muy importante, premio que han ganado, entre otros, escritores como Fernando Vallejo, Nicanor Parra, Julio Ramón Ribeyro, Olga Orozco, Juan Gelman. Ay, Bryce, Bryce, ¿por qué has envilecido el único artefacto que nos ha permitido a muchos sobrevivir al dolor y la muerte? Me parece un deshonor que se premie a un escritor que sostiene su defensa a través de la cultura de la criollada. Estamos cansados de la viveza en este país. Estamos cansados de los palomillas que asaltan las veredas con una ética sospechosa disfrazada de humor y que se venden al mundo como representantes de la literatura nacional. Bryce no ha entendido que el ejercicio de la literatura es político, no delincuencial.

Si Bryce fue el escritor de Un mundo para Julius y de algunos otros cuentos y libros entrañables (realmente entrañables como Con Jimmy, en Paracas o Eisenhower y la Tiqui-tiqui-tin), hace tiempo que dejó de serlo. Su cinismo mató lo que su amor por la literatura le hizo escribir cuando yo ni siquiera había nacido y aun algunos años después de que naciera, y que todavía guardo en mi sonrojado corazón juvenil.

domingo, 2 de septiembre de 2012

OSWALDO REYNOSO: EN BUSCA DE LA SONRISA MILENARIA

Oswaldo Reynoso es un escritor, un viejo escritor educado en las ideas socialistas, como fueron educados mi abuelo y mis padres. Ya ha pasado la barrera de los 80 años, y su literatura sigue tan fresca y vital que produce una sana envidia leerlo. Felizmente también es un amigo. Es un personaje de las ferias del libro, y, siempre que nos encontramos, nos saludamos con un abrazo.

Desde que publicara Los inocentes (relatos de collera), en 1961, en una preciosa edición de La Rama Florida —ahora con muchísimas reediciones—, ha sido, sin lugar a dudas, el preferido de los jóvenes, por esa prosa tan humana, tan tierna y cálida, pero sobre todo tan empática con las nuevas generaciones, y, mientras él va ganando en años, sus adeptos le van cediendo la posta a otros más jóvenes. Todo esto lo ha convertido en uno de los escasísimos autores cuyos personajes lo buscan para invitarle “una cervecita, profe”. Y no se hace el remilgoso, se la toma de una y se sienta en los bares del Centro de Lima y tumba a todos.


Desde que lo conocí, a finales de la década de 1990, siempre ha sido el mismo, un buda de cabellos blancos lanzados al viento, un gran monologante de sus aventuras, ocurridas sobre todo en China, en el Hotel de la Amistad de Pekín. ¿Sería verdad todo aquello que contaba? Aquellos platillos increíbles o aquellas persecuciones políticas y literarias con su cuota de intriga. Ahora sé que eso poco importa. Mucho de aquello está en sus libros, en sus inolvidables prosas y sus relatos. Como habla bastante, también tiene detractores, pero digan lo que digan es un maestro de la prosa. No he leído a otro narrador peruano que tenga una escritura tan poderosa y que, al mismo tiempo, te hable de la vida, de la justicia social, de la lucha y la desesperanza de convertirse en “hombre” en los barrios del Perú.

Acaba de publicar En busca de la sonrisa encontrada (Cascahuesos, 2012), un texto que explora otra vez, en esa “limpia moral de la piel”, como la ha llamado el autor, esa búsqueda de amor, belleza y justicia en un territorio que se niega a encontrarla en sus propios habitantes. Así, a través de viajes a diferentes ciudades del Perú, a través de bares, a través de cuerpos jóvenes, el narrador, cada vez más cercano a la poesía, encuentra belleza en los jóvenes de las clases pauperizadas, en la clase trabajadora que suda, y establece un nuevo romance con esos cuerpos marginalizados por nuestra sociedad; un romance que está más allá del puro hedonismo, que reclama la expresión directa de esa sonrisa, el estallido de un paisaje que tratamos de ocultar por medio del maquillaje o al voltearle la cara a los humillados de este país.

Oswaldo, el profe, el narrador de textos imprescindibles como El escarabajo y el hombre, Los eunucos inmortales, En busca de Aladino y El goce de la piel —sus textos más nombrados—, tiene 80 años, una edad suficiente para que un ser humano pueda liberarse de las infames ataduras terrenales de la censura más ramplona, exponga su propio sentir y exprese una moral del amor socialista de mayor vanguardia: más allá de los géneros, pero sin dejar de lado la demanda de justicia social. Me gusta este libro por su lectura de la poesía y el deseo. Como diría nuestro hermoso crepúsculo, Martín Adán: “No quiero ser feliz con permiso de la policía”. Así es, Oswaldito.



Esta columna fue publicada hoy  domingo 2 de setiembre en el Semanario Siete

domingo, 19 de agosto de 2012

TIEMPO PASADO: A 20 AÑOS DE LA CANTUTA Y MÁS DE ACCOMARCA


Hace un año, una alumna me preguntó por qué debía saber sobre hechos ocurridos durante la guerra interna en el Perú, adujo que no era su época, que eran asuntos pasados, que ellos no eran responsables por esos hechos. Bien, la cosa es cómo sensibilizar a estas almas –que, por cierto, son muchas– sobre crímenes ocurridos durante el siglo pasado. Supongo que debe haber sido una de las preguntas que se hicieron los miembros de la CVR. Su respuesta a ello es el gran archivo de testimonios e historia que ha construido la Comisión, valioso para nosotros los letrados, pero con nulas expectativas de tocar fibras profundas en nuestra comunidad.

A propósito del recuerdo y la memoria, se acaba de inaugurar en la Galería [E] Star (Belén 1042) la muestra “La Cantuta en Nuestra Memoria”, curada por la antropóloga visual y activista Karen Bernedo, en la que se recuerda, a través de piezas de arte y objetos, la cronología del secuestro y asesinato de 9 estudiantes y un profesor de La Cantuta*; estudiantes que hace 20 años podrían haber sido como aquella alumna distanciada cínicamente del pasado. Coincidentemente, esa misma madrugada se conmemoraban 27 años del asesinato de 69 comuneros en la zona de Accomarca (Ayacucho) en el año 1985. El responsable de la masacre*, el mayor Telmo Hurtado, en reciente careo con uno de sus jefes ha dicho: "Yo no tengo nada que inventar. Usualmente, usted y los mandos superiores falseaban información sobre los capturados y eliminados. Apenas informaban el 10% de las bajas".

¿Dónde están esos cuerpos, esas bajas no contabilizadas? Estos crímenes cometidos durante nuestros “gobiernos democráticos” han ocurrido en diferentes espacios y contra diferentes sujetos: un día eran campesinos; otro, estudiantes. Unos por subalternos, otros por políticos. Todos éramos sospechosos. La democracia que practicamos es un régimen hecho de “babas” –como diría mi madre–; un entendimiento entre los que detentan el poder y quienes cada 5 años elegimos a los políticos que no responderán por lo que verdaderamente pensamos que es la democracia, es decir, igualdad ante la justicia, cuidado de la vida, dignidad, respeto por los ciudadanos, derecho a la discrepancia, etc. Por eso, cuando se conmemoran estos crímenes, me molesta sobremanera que aquellos que sobrevivieron a la muerte de sus familiares además tengan que demostrar constantemente que no eran “terroristas”. ¿Por qué si estamos en un estado de derecho, si vivimos en “democracia” debemos “limpiar” a quienes fueron asesinados extrajudicialmente mientras que a los culpables se les rebajan las penas?

Sobrevivimos a un tiempo de guerra, a un tiempo difícil, de convicciones que llegaron al extremo y crímenes horribles, pero también vivimos. Por eso, de esta muestra lo que más me gustó fue la exhibición de los recuerdos, de aquellos objetos que tienen un aire de familia; aquellos que te devuelven a  esos cuerpos secuestrados, cuerpos que jugaron, que se fotografiaron con los amigos. Esos pequeños rituales familiares, esos objetos privados como la trenza de la pequeña Bertila han sido puestos en un espacio relativamente público, porque hay madres, padres, hermanxs que necesitan que nosotrxs, los que estamos de este lado, sepamos que aquellos por los cuales han luchado tienen un nombre, y tuvieron una infancia y una juventud. Conmovedor fue también ver a los familiares presentes hablar entre ellos de los objetos, escucharlos recordar. Su presencia es testimonio vivo de que el amor y la dignidad están más allá de toda una historia de infamias. Desde esta columna, mi admiración y mi hermandad forever

*Sobre el Crimen de La Cantuta, además de Muerte en el Pentagonito de R. Uceda y El crimen de La Cantuta de Efraín Rua, puede ver el documental La Cantuta en la boca del diablo (http://www.youtube.com/watch?v=ciUe_l3hSYI&feature=player_embedded)
* Sobre la Matanza de Accomarca, puede leer el cómic Barbarie de Jesús Cossio y el informe de la CVR.


Esta columna fue publicada el domingo 19 de agosto de 2012 en el Semanario Siete

domingo, 12 de agosto de 2012

JAVIER HERAUD NO ES NINGÚN COJUDO


Esta semana el poeta Rodolfo Hinostroza hizo declaraciones polémicas en el blog NMM (Nosotros Matamos Menos). He leído, a través del Facebook, a mucha gente alabarlo por “ser directo y franco”. Lo siento, pero a mí la entrevista me supo bastante mal por ese tufillo de superioridad contra Renato Sandoval y Ricardo Silva-Santisteban, pero, sobre todo, por su visión simplista de la muerte de Javier Heraud. Hinostroza es un poeta excelente y, particularmente, lo aprecio y he escrito sobre su nouvelle Aprendizaje de la limpieza, pero cuando a nuestro poeta le dan una metralleta se dispara a sí mismo.

Serigrafía de Alfredo Márquez
 Ahora resulta que la vida y la muerte de Javier Heraud se explican por un supuesto “bullying” que sufriera en su etapa escolar. Dice Hinostroza: “Le hacían bullying al pobre Javier. Él es una de las primeras víctimas de bullying en el Perú. En el Markham siempre lo trataban mal, le metían cabe, le metían la mano, yo sé lo que son esas cosas, porque yo he estudiado en el Guadalupe, que era un colegio más bravo”. Es decir, que toda una vida vivida con intensidad, tanto en el campo artístico como en el político, se resume a una palta del “pobre Javier”.

El bullying es un término que ha acuñado la psicología para describir una situación bastante vieja entre los escolares, y que se ha expresado particularmente en los colegios de hombres, pues estos hace solo menos de 20 años definían su masculinidad demostrando ser no-mujeres; por tanto, mostrar cualquier “debilidad” era considerado un gesto de mariquitas. Recordemos nomás La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, donde esta situación se expresa a lo largo de toda la novela: el Esclavo es “el punto” de la clase, el sujeto sobre el que se posan todos los miedos del “hacerse hombre” en un colegio militar. Tanto pánico causa que finalmente es asesinado.

Es muy probable que, al igual que cientos de adolescentes, Heraud haya padecido este hostigamiento, pero ¿esto es suficiente para afirmar que su trágica muerte en Madre de Dios, en 1963, como integrante de la guerrilla se deba a esa herida no sanada a tiempo? Me niego a pensar que el poeta que publicó El río a los 18 años y ganó el premio Poeta Joven del Perú (que no se lo daban a cualquier cojudo) y cuya vida se fue perfilando poco a poco hacia un destino político pudiera responder solo a un tema personal. ¿Por qué querer tapar/esconder el lado político del poeta de El viaje? Como Hinostroza cuenta, Heraud ya sabía para qué iba a Cuba. Según su testimonio, era uno de los pocos que ya se había decidido a tomar las armas. Eran los años sesenta: la Revolución cubana, el Che, las utopías; el mundo se debatía en medio de la guerra fría, y la CIA ponía y sacaba presidentes en América Latina. Un joven sensible como Javier Heraud decidió dejarlo todo: su casa, su posición de clase, pensando en un mundo en que la justicia podía ser posible. El Perú era —es— un país predispuesto para el enfrentamiento, dada la opulenta riqueza de unos pocos y la vergonzante miseria de muchos. Antes de morir, escribió unas líneas a su madre: “Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me criaste honrando y justo, amante de la verdad y de la justicia”.

Pero este es el país de los “vivos”, ¿no?



Esta columna fue publicada hoy domingo 12 de agosto en el Semanario Siete. 

domingo, 22 de julio de 2012

VIGILAR Y CASTIGAR EN EL PERÚ DE HOY (y de ayer)


Los funerales de Atahualpa. Marcel Velaochaga.


El martes 17 de julio se inauguró en la sala Luis Miró Quesada la muestra “Vigilar y castigar: breve historia de la censura del arte en el Perú”, que exhibe trabajos que fueron censurados de distintas maneras durante el último cuarto del siglo pasado. Así, se puede ver, entre otros, la Carpeta Negra, del grupo NN; el Kimono para no olvidar, de Jorge Miyagui; y Los funerales de Atahualpa, de Marcel Velaochaga, cuadro que subvierte el lienzo hecho por Luis Montero en la segunda mitad del siglo XIX. Me imagino a Los funerales expuesto en un espacio solamente dedicado a su exhibición y con una banca en frente para contemplarlo como se debe; es un lienzo tan rico y poderoso que exponerlo entre tanto material (igual de relevante, por supuesto) hace que pierda, de alguna manera, la profundidad y diversidad de su propuesta. Me parece importante que la muestra haya sido inaugurada en el intersticio de la celebración por los veinte años de dos acontecimientos terribles para nuestra historia contemporánea: el coche bomba de la calle Tarata en Miraflores y el secuestro y asesinato de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle-La Cantuta en el año 1992; eventos próximos a un 28 de julio poco promisorio y con sus muertos a cuestas también: César Medina Aguilar, Faustino Silva Sánchez, Paulino García Rojas, Joselito Vásquez Jambo y José Antonio Sánchez Huamán.

El cuadro de Marcel Velaochaga retrata de manera amplia los diversos discursos que se han superpuesto sobre la ficción y el deseo del cuerpo muerto del inca en el Perú. El silencio del inca hace “hablar” a una historia conflictiva y, en general, impune, que se enlaza con otros discursos colonialistas y hegemónicos que se han impuesto en el país a expensas de muchas vidas. Así, por ejemplo, si bien, desde el 16 de julio de 1992, en que explotara un coche bomba en la calle Tarata de Miraflores, muchos no hemos dejado de lamentar y recordar tal hecho; sin embargo, llegar a la verdad en el caso La Cantuta ha demandado una lucha larga y dolorosa por parte de los familiares hasta dar con los cuerpos de las víctimas (en realidad, nómina de huesos- Vallejo, siempre preciso) y el culpable mayor, Alberto Fujimori.


Bertila Lozano, Dora Oyague, Luis Enrique Ortiz Perea, Armando Amaro Cóndor, Robert Édgar Teodoro, Heráclides Pablo Meza, Felipe Flores Chipana, Marcelino Rosales, Juan Gabriel Mariños y el profesor Hugo Muñoz fueron secuestrados aquella madrugada del 18 de julio, llevados a un paraje oscuro, que se denominó La Boca del Diablo, en Huachipa, y allí fueron ejecutados por miembros del Grupo Colina, grupo dirigido por Martin Rivas. Luego fueron desenterrados, incinerados y vueltos a enterrar en la zona de Cieneguilla. La escena que más me impactó a mis veinte años fue el descubrimiento de un manojo de llaves en las fosas comunes de Cieneguilla en el año 1993. Allí, por primera vez, vimos el rostro de una de las mujeres que más ha luchado por encontrar la verdad en este país: la señora Raida Cóndor. Al abrirse el armario de su hijo Armando, el primer grito contra el poder se daba paso. 

Expediente Armando. Alfredo Márquez

Las Fiestas Patrias no se celebran con la obligatoriedad de banderas, monumentos pintados –o no– y libertadores de piedra, sino en la reflexión sobre nuestra historia y la justicia por la que debemos seguir batallando. El arte no es el único espacio de censura: también ha habido cuerpos censurados en este país, cuyo paradero es hasta ahora desconocido. Vaya a ver la muestra y a ve(la)r Los funerales, antes de que lo descuelguen. Vale.










Esta columna fue publicada, con ligeras modificaciones debido al espacio, en el Semanario Siete el 22 de julio de 2012.

domingo, 15 de julio de 2012

LOS OPERADORES PEDAGÓGICOS Y LA UNIVERSIDAD (II)


La columna del domingo pasado nació de una experiencia negativa: un mensaje desolador y amenazante que me envío a mi correo personal un alumno por no gustarle su calificación en una asignatura. Bien, espero que encuentre su solución y firme sanción prontamente en el fuero universitario. Lo que he repetido esta semana es que no creo que se trate de un hecho aislado y de que sí existen condiciones, en algunos espacios más propicios que en otros, para este tipo de reacciones. Por otro lado, también quise subrayar el carácter delictivo del mensaje, es decir, que no se trata de un problema profesorx-alumnx, sino de un problema que, para mí, es un síntoma de estos tiempos.

Hay cosas en el Perú, discursos que se superponen unos a otros y circunstancias que son inevitables de relacionar. Porque si unx joven de 17 o 18 años puede ejecutar tamaña acción, entonces, un presidente puede hacer silencio también, o unos policías hacer uso de su poder para atacar a una familia que quiere enterrar a sus muertos. Vaya, que todo eso me hace pensar, y mucho, en cuestiones que tienen que ver con la ideología y con las prácticas ciudadanas en este país. Hay una corriente bastante fuerte contra el pensamiento de izquierda, y no sin razón, porque —o bien se ha manifestado de manera violenta, o bien se ha posicionado de manera acomodaticia según el poder de turno—. La derecha no ha hecho menos, pero tiene en su ventaja una disciplina y una constancia envidiables, tanto que nos han hecho pensar que la ideología no existe, que la ideología es algo de lo que suelen hablar “aquellos izquierdistas”, pero la ideología está en todo y lo permea: por ejemplo, en nuestras relaciones profesorx-alumnx, y esta es una cara de la universidad que debemos tomar en cuenta de manera atenta.

Imagen de El Roto

La universidad, en general, en este país, ha sufrido grandes cambios en los últimos veinte años —como en la mayor parte de países de América Latina, y, no por nada, nuestros vecinos chilenos exigen educación gratuita y salen a marchar por ella—; sin embargo, estos cambios, a pesar de que han recalado en una relación mucho más horizontal entre profesores y alumnos, además de que muchos más jóvenes pueden acceder al nivel universitario  —lo que antes era bastante reducido y minoritario—, también han traído como consecuencia que los niveles de reflexión y sentido de la universidad se hayan relajado de manera sensible, dando paso a discursos de alto pragmatismo, que insisten en el éxito del individuo. Antes lxs estudiantes de una universidad de prestigio tenían un lugar y una presencia en las marchas nacionales, pero ahora nadie confía en la política. Así, el discurso del éxito y la autoayuda, sumado a ciudadanías diferenciadas, corrupción, espectáculo, falta de ética en la política y en los medios de comunicación, crea un escenario perfecto para que, en ciertos contextos, confluyan individuos cuyo sentido de la vida se manifiesta a través de una relación de patronazgo.

¿Qué rol nos toca a nosotros los docentes frente a estos nuevos escenarios? ¿Ceder ante ellos y convertirnos en meros operadores pedagógicos, o resistir? Son preguntas que me dan vueltas constantemente, pues ceder te hace la vida infinitamente más fácil, sin conflictos ni quejas de los estudiantes; pero de ninguna manera te sientes satisfecho como docente. Resistir es mucho más difícil y, muchas veces, incluso esquizofrénico en espacios que no están preparados para eso.

Por supuesto, este debate da para mucho más que dos columnas en una revista semanal. Es un debate que está por hacerse, así como tantas otras cosas en este país.


Esta columna fue publicada hoy domingo 15 de julio de 2012 en el Semanario Siete (www.siete.pe)