La columna del domingo pasado nació de una
experiencia negativa: un mensaje desolador y amenazante que me envío a mi
correo personal un alumno por no gustarle su calificación en una asignatura.
Bien, espero que encuentre su solución y firme sanción prontamente en el fuero
universitario. Lo que he repetido esta semana es que no creo que se trate de un
hecho aislado y de que sí existen condiciones, en algunos espacios más
propicios que en otros, para este tipo de reacciones. Por otro lado, también
quise subrayar el carácter delictivo del mensaje, es decir, que no se trata de
un problema profesorx-alumnx, sino de un problema que, para mí, es un síntoma de
estos tiempos.
Hay cosas en el Perú, discursos que se
superponen unos a otros y circunstancias que son inevitables de relacionar.
Porque si unx joven de 17 o 18 años puede ejecutar tamaña acción, entonces, un
presidente puede hacer silencio también, o unos policías hacer uso de su poder
para atacar a una familia que quiere enterrar a sus muertos. Vaya, que todo eso
me hace pensar, y mucho, en cuestiones que tienen que ver con la ideología y
con las prácticas ciudadanas en este país. Hay una corriente bastante fuerte contra
el pensamiento de izquierda, y no sin razón, porque —o bien se ha manifestado
de manera violenta, o bien se ha posicionado de manera acomodaticia según el
poder de turno—. La derecha no ha hecho menos, pero tiene en su ventaja una
disciplina y una constancia envidiables, tanto que nos han hecho pensar que la
ideología no existe, que la ideología es algo de lo que suelen hablar “aquellos
izquierdistas”, pero la ideología está en todo y lo permea: por ejemplo, en
nuestras relaciones profesorx-alumnx, y esta es una cara de la universidad que
debemos tomar en cuenta de manera atenta.
La universidad, en general, en este país, ha
sufrido grandes cambios en los últimos veinte años —como en la mayor parte de
países de América Latina, y, no por nada, nuestros vecinos chilenos exigen
educación gratuita y salen a marchar por ella—; sin embargo, estos cambios, a
pesar de que han recalado en una relación mucho más horizontal entre profesores
y alumnos, además de que muchos más jóvenes pueden acceder al nivel universitario —lo que antes era bastante reducido y
minoritario—, también han traído como consecuencia que los niveles de reflexión
y sentido de la universidad se hayan relajado de manera sensible, dando paso a
discursos de alto pragmatismo, que insisten en el éxito del individuo. Antes
lxs estudiantes de una universidad de prestigio tenían un lugar y una presencia
en las marchas nacionales, pero ahora nadie confía en la política. Así, el
discurso del éxito y la autoayuda, sumado a ciudadanías diferenciadas, corrupción,
espectáculo, falta de ética en la política y en los medios de comunicación,
crea un escenario perfecto para que, en ciertos contextos, confluyan individuos
cuyo sentido de la vida se manifiesta a través de una relación de patronazgo.
¿Qué rol nos toca a nosotros los docentes
frente a estos nuevos escenarios? ¿Ceder ante ellos y convertirnos en meros
operadores pedagógicos, o resistir? Son preguntas que me dan vueltas
constantemente, pues ceder te hace la vida infinitamente más fácil, sin
conflictos ni quejas de los estudiantes; pero de ninguna manera te sientes
satisfecho como docente. Resistir es mucho más difícil y, muchas veces, incluso
esquizofrénico en espacios que no están preparados para eso.
Por supuesto, este debate da para mucho más
que dos columnas en una revista semanal. Es un debate que está por hacerse, así
como tantas otras cosas en este país.
Esta columna fue publicada hoy domingo 15 de julio de 2012 en el Semanario Siete (www.siete.pe)
Excelente y esclarecedor post, muchas gracias por compartirlo
ResponderEliminarGracias por comentar.
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