domingo, 15 de julio de 2012

LOS OPERADORES PEDAGÓGICOS Y LA UNIVERSIDAD (II)


La columna del domingo pasado nació de una experiencia negativa: un mensaje desolador y amenazante que me envío a mi correo personal un alumno por no gustarle su calificación en una asignatura. Bien, espero que encuentre su solución y firme sanción prontamente en el fuero universitario. Lo que he repetido esta semana es que no creo que se trate de un hecho aislado y de que sí existen condiciones, en algunos espacios más propicios que en otros, para este tipo de reacciones. Por otro lado, también quise subrayar el carácter delictivo del mensaje, es decir, que no se trata de un problema profesorx-alumnx, sino de un problema que, para mí, es un síntoma de estos tiempos.

Hay cosas en el Perú, discursos que se superponen unos a otros y circunstancias que son inevitables de relacionar. Porque si unx joven de 17 o 18 años puede ejecutar tamaña acción, entonces, un presidente puede hacer silencio también, o unos policías hacer uso de su poder para atacar a una familia que quiere enterrar a sus muertos. Vaya, que todo eso me hace pensar, y mucho, en cuestiones que tienen que ver con la ideología y con las prácticas ciudadanas en este país. Hay una corriente bastante fuerte contra el pensamiento de izquierda, y no sin razón, porque —o bien se ha manifestado de manera violenta, o bien se ha posicionado de manera acomodaticia según el poder de turno—. La derecha no ha hecho menos, pero tiene en su ventaja una disciplina y una constancia envidiables, tanto que nos han hecho pensar que la ideología no existe, que la ideología es algo de lo que suelen hablar “aquellos izquierdistas”, pero la ideología está en todo y lo permea: por ejemplo, en nuestras relaciones profesorx-alumnx, y esta es una cara de la universidad que debemos tomar en cuenta de manera atenta.

Imagen de El Roto

La universidad, en general, en este país, ha sufrido grandes cambios en los últimos veinte años —como en la mayor parte de países de América Latina, y, no por nada, nuestros vecinos chilenos exigen educación gratuita y salen a marchar por ella—; sin embargo, estos cambios, a pesar de que han recalado en una relación mucho más horizontal entre profesores y alumnos, además de que muchos más jóvenes pueden acceder al nivel universitario  —lo que antes era bastante reducido y minoritario—, también han traído como consecuencia que los niveles de reflexión y sentido de la universidad se hayan relajado de manera sensible, dando paso a discursos de alto pragmatismo, que insisten en el éxito del individuo. Antes lxs estudiantes de una universidad de prestigio tenían un lugar y una presencia en las marchas nacionales, pero ahora nadie confía en la política. Así, el discurso del éxito y la autoayuda, sumado a ciudadanías diferenciadas, corrupción, espectáculo, falta de ética en la política y en los medios de comunicación, crea un escenario perfecto para que, en ciertos contextos, confluyan individuos cuyo sentido de la vida se manifiesta a través de una relación de patronazgo.

¿Qué rol nos toca a nosotros los docentes frente a estos nuevos escenarios? ¿Ceder ante ellos y convertirnos en meros operadores pedagógicos, o resistir? Son preguntas que me dan vueltas constantemente, pues ceder te hace la vida infinitamente más fácil, sin conflictos ni quejas de los estudiantes; pero de ninguna manera te sientes satisfecho como docente. Resistir es mucho más difícil y, muchas veces, incluso esquizofrénico en espacios que no están preparados para eso.

Por supuesto, este debate da para mucho más que dos columnas en una revista semanal. Es un debate que está por hacerse, así como tantas otras cosas en este país.


Esta columna fue publicada hoy domingo 15 de julio de 2012 en el Semanario Siete (www.siete.pe)

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