El título de esta columna cita las palabras del
congresista Kenji Fujimori en el Congreso de la República el día 9 de abril.
Inmediatamente, los congresistas de la bancada de Gobierno reaccionaron con la
condena y el pedido de disculpas y retiro de la frase antes mencionada por
parte del congresista de Fuerza 2011. ¿Qué fue lo que les molestó? En realidad,
algunos ni siquiera pueden decirlo. Por otro lado, al ser increpado, Kenji
habló de una cuestión de “género”, lo cual enredó aún más la situación. Yo creo
que a los congresistas de la bancada nacionalista les molestó el hecho de que
estuvieran diciendo que su líder no fuese lo suficientemente “viril” como para
dirigir el país, tras la sospecha, “vox pópuli”, de que, en realidad, quien lo
hace es Nadine Heredia.
Algunos comentaristas de TV han minimizado el asunto
y opinan que esa discusión no es importante, que hay situaciones urgentes que
deben resolverse en el país. Sin embargo, a mí sí me parece importante ir más
allá de una frase que quiere pasar desapercibida y perderse en su pretendida
inocuidad u ocultar su subterráneo sentido, y que tiene que ver con la
construcción simbólica de nuestro país, que siempre ha descansado en la premisa
de las voces fuertes y una larga historia de golpes de Estado y juntas
militares durante la República.
La primera pregunta que habría que hacerse es ¿quién
podría ser el representante de esa voz grave, fuerte, decidida que exige K.
Fujimori? Si se pide algo es porque existe un modelo, un ideal que posee
determinadas características. Una voz masculina está vinculada con la gravedad,
la firmeza y la decisión. Lo contrarió sería una voz “femenina”: suave,
confusa, sentimental, atributos esencialistas que se nos ha enseñado a
reconocer a lo largo de nuestras vidas. Evidentemente, lo dicho por Kenji
Fujimori es una apelación a la nostalgia de la era paterna —que se supone
“clara” y directa—, una mención, sin duda, al padre: Alberto Fujimori. El día 5
de abril de 1992, cuando Alberto Fujimori salió en tecnicolor a “DI-SOL-VER” el
Congreso, desde el que su hijo habla hoy, nos sumió en un discurso omnipotente,
en el discurso de esa voz “más masculina” que sabe bien lo que hace y no duda,
al punto que persiguió y expulsó a su esposa de Palacio de Gobierno y se
coludió con el ladrón y asesino Vladimiro Montesinos. No obstante, esa voz
autoritaria no solo estuvo encarnada y representada por Alberto Fujimori, sino
también por varias de sus emblemáticas congresistas y el poder que se le otorgó
a las fuerzas armadas.
Desde los años ochenta, de regreso a la democracia,
nuestras “voces masculinas” han estado ligadas a un gran verticalismo: Abimael
Guzmán y Alberto Fujimori construyeron organizaciones que, aunque con diferente
motivación, se han sostenido sobre un discurso autoritario. Una voz masculina
de ese tipo no necesariamente se vincula con la claridad, sino, muchas veces,
con la opacidad que se esconde tras una aparente seguridad y firmeza. Ser
claro no implica el grito ni la imposición, ser claro y ético nos puede
conducir a un liderazgo y a un consenso.
Necesitamos más de voces claras y honestas, y no de
esas “voces masculinas” que han hecho de la viveza criolla, el robo y la
impunidad una virtud, que han creado torturadores como Telmo Hurtado a cambio
de una pretendida “protección” o un discurso del “progreso”. Esas “voces
masculinas”, impositivas, sin ética, son las que deben desaparecer de nuestro
discurso como nación y deben ceder el paso a voces de diálogo y horizontalidad.
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