domingo, 26 de febrero de 2012

¿QUIÉN AMA LA POESÍA?

Lima está patas arriba. En Miraflores, la Librería Inestable está dedicada a la poesía, y, en el Boulevard Quilca, mi amigo Pedro Ponce se ha convertido en coleccionista y vende, casi exclusivamente, poesía. Desde hace dos años, los poetas Giancarlo Huapaya y Diego Lazarte organizan el Festival de Poesía de Lima y, en marzo, se viene otro festival, aun más grande, esta vez liderado por el poeta Renato Sandoval y un grupo de gente joven bien alimentada por la poesía. No solo eso, conozco chicos que quieren hablar de poesía, leerla y difundirla. A veces me citan en cafés urgentes para decirme que escriben, que tienen proyectos. Piensan que el mundo será un lugar más amable si alguien es tocado por un verso, por una palabra luminosa.
Me pregunto: ¿qué bicho les habrá picado a todos ellos?
Recientemente hablaba con un par de amigos ―también poetas― sobre la marginalidad de la poesía y el porqué de su alejamiento tan radical del mundo. Es verdad que la literatura, en general, anda en retirada, pero sobre todo la poesía ha sido expropiada de la vida de la gente, y sus poetas ―nuestros poetas― ya perdieron el aura. Ya no hay vallejos, ni varelas, ni eielsons a los que oír y entrevistar para que nos hablen de su poética, para que nos consuelen con una palabra sabia en este valle de lágrimas. Ahora hay trabajadores que escriben. Poetas que trabajan.
Hace mucho que el poeta ha dejado de ser un “pequeño dios” como escribió Vicente Huidobro hace casi cien años. El poeta suda y suda, pero la poesía está más lejos que nunca del espíritu de la gente, incluso de aquella educada por encima del promedio. Es una gran paradoja que haya monumentos, parques, placas, esculturas y pinturas dedicados a nuestro poeta más famoso, César Vallejo, pero ¿cuántos chicos en las escuelas del Perú han leído más allá de “Los heraldos negros”? ¿Cuántos han escuchado “Considerando en frío, imparcialmente” o han oído hablar de, por ejemplo, César Moro? ¿Cuántos piensan que la poesía es más que esas inacabables rimas del romanticismo español? Es cierto que la poesía tiene facetas de difícil acceso, lenguajes experimentales, metáforas complejas, etc., pero también lo es que hay poetas cuya expresión excede la comprensión exhaustiva de un texto y está cargada de una intensa emoción, y este es un factor que no se debe menospreciar. Sí, también hay poetas fríos, cerebrales. Me gustan mucho menos, pero siempre me gusta leerlos, ya lo decía.
Que la poesía esté al margen del mercado me importa poco; que esté al margen de la gente me importa algo más. ¿Por qué conformarnos con ser un ghetto, con leernos entre nosotros mismos, con tener poetas, pero no lectores? Algunos alumnos míos creen que la poesía puede transformar, de cierta manera, nuestra injusta realidad. La poesía nunca ha cambiado nada, les digo. Mucho menos los poetas. Ellos me miran de reojo y no les importa. Felizmente, son jóvenes y bellos, y, si ellos lo creen así, así ha de ser. A su manera, los libreros especializados en poesía, aquellos que organizan festivales y los que escriben desde diferentes puntos del país tienen la convicción de que la poesía nos es necesaria de alguna extraña manera. Además, sabemos lo duro que es mantener una librería alternativa, editar un libro y organizar una actividad vinculada a la poesía. No solo hace falta tener fe, sino también ser constante.
Escribo esto desde la selva. Cada vez que contemplo el río, este me devuelve poesía. Precariedad y poesía.
Esta columna fue publicada el 26/02/2012 en el semanario Siete.

domingo, 19 de febrero de 2012

La educación: ¿por qué no me gusta, pues?


Soy el producto de una educación tradicional. Tengo el privilegio de haber ido a una universidad privada y, posteriormente, haber estudiado en el extranjero. Sin embargo, mi educación en el colegio fue mediocre y repleta de vacíos. Estudié en un colegio católico privado en donde el aprendizaje privilegiaba la memorización. Fácil, porque los chicos pueden memorizar sin problemas, pero entender es otra cosa. Entender supone crear un pensamiento crítico.

Desde mi generación a hoy, “memorizar” ya no es lo más importante. Más bien, es visto casi con horror. Hoy lo que se subraya es que los alumnos comprendan lo que leen. Que esta premisa se practique en el aula es otra cosa, pero eso es a lo que apunta el llamado Plan Lector. De hecho, el plan actual indica que se debe trabajar a partir de los intereses y capacidades de los alumnos. Para ello, hay una lista amplia de títulos por edades y grados.

Sin embargo, al parecer, el Plan Lector no genera muchos buenos lectores. Más allá de eso, hay lectores en los colegios. Lo digo con conocimiento y no sin orgullo: mi sobrina es una gran lectora, pero, como a cualquiera de nosotros, cuando un libro no la atrapa, sencillamente, lo deja. Recuerdo que, cuando era más pequeña, debía demostrar a través de dibujos que comprendía lo que leía. Obviamente, más de una vez, la niña leía la contratapa, hacía los dibujos y cumplía con su “obligación”. En su colegio, el Plan se aplica treinta minutos antes de empezar la primera clase, es decir, de 7:45 a 8:15 a. m., y se puede usar la biblioteca durante los recreos. De ese modo, le seguimos diciendo a los niños que leer es esa fea urgencia que hay que aplicar fuera de un programa integral en la escuela.

Por otro lado, la mayoría de colegios no cuentan con bibliotecas bien equipadas y, otras veces, prefieren no prestar sus textos, porque, en muchos casos, no son devueltos o se pierden. En general, el libro es visto como un objeto casi sagrado al punto que los chicos deben voltear sus páginas con miedo. Se prefiere esto en lugar de enseñarles que el libro que hoy lean, podrá ser disfrutado por otro compañero. Vamos, en este país de grandes contradicciones, se recicla todo, menos los libros: estos se botan, ya no sirven para el siguiente año.

El espíritu crítico se forma dejando a los alumnos escoger sus lecturas de acuerdo con sus intereses y actitud. Si hay chicos que pueden leer libros más complejos que otros, ¿por qué, entonces, recomendarlos por edades? Hay un supuesto erróneo de que un alumno es capaz de leer esto y no otra cosa en tal o cual edad. A algunos les interesará la ciencia ficción; a otros, los libros de héroes y heroínas. Pero ¿por qué no darles el privilegio de escoger y equivocarse?

La gran paradoja es que hoy en día hay muchas más escuelas, institutos y universidades que hace veinte años, cuando yo terminaba el colegio. Esa abundancia supone la ficción de que todos podemos “triunfar” y encontrar un camino que nos saque de la pobreza a través de la educación. Ese falso panorama privilegia la constitución de mediocres empresas educativas listas para el lucro y muy poco preparadas para brindar una educación seria y de calidad.

Me pregunto, también, si ese privilegio por lo escrito no implica una discriminación en un país donde la oralidad sirve como hilo conductor de la memoria de muchos pueblos, y a cuyos miembros se obliga a aprender en una segunda lengua en desmedro de su lengua materna, en la que aprendieron, como todos nosotros, a expresar sus afectos. Pero eso lo dejo para otra vez.
Esta columna fue publicada el 19/02/12 en el semanario Siete. www.siete.pe

lunes, 13 de febrero de 2012

El Movadef, los jóvenes y la memoria


El Perú vive una suerte de festín, una gran celebración alrededor de la gastronomía, el boom de la construcción inmobiliaria y el mercado de los emprendedores. Pero ¿qué pasa cuando alguien, por ejemplo, el Movadef —brazo político de una facción de Sendero Luminoso (SL) que promueve la amnistía general— quiere asistir a este banquete?

Recientemente hemos leído las distintas opiniones sobre el intento del Movadef de incursionar en la vida política del país y hemos visto jóvenes defendiendo sus ideas. Algunos los han calificado de incautos; otros han recurrido al efectismo de la imagen para “hacer conocer lo que fue el terrorismo” a esos jóvenes que no saben nada y, últimamente, luego de la resignación del grupo a inscribirse como partido político, se ha propuesto un proyecto de ley para instaurar el “día contra el terrorismo”.

Rechazar la inscripción del Movadef significa que el Estado y cierta ciudadanía —y empleo el indefinido porque es obvio que hay gente que lo adhiere o que le es cercano— condenan su participación legal debido al pasado armado y de terror que se vivió durante los años de la guerra interna en el Perú. Bien, pero ¿será esto suficiente para borrar aquellas memorias? Me lo pregunto porque sospecho que muchos de los jóvenes que defienden este movimiento deben tener familiares que han sido militantes de SL, quizá presos, excarcelados o muertos. ¿Qué ha hecho el Estado para incluir a estos jóvenes o a aquellos que ya han cumplido su pena? ¿Cómo lidar con esas memorias que seguirán presentes en estos sujetos por más ley que los prohíba?

En Alemania, por ejemplo, el partido nazi está proscrito, pero ello no quiere decir que la simbología y el sentimiento que dieron paso al nazismo no estén inscritos en cierto sector de la población ni de sus políticos. Incluso el Partido Nacional Democrático (NPD) practica y sostiene opiniones que, en muchos sentidos, se alían con prácticas racistas y autoritarias. Debido a esto, el Estado alemán y otras organizaciones sostienen una política activa a favor de la memoria en diferentes soportes: la escuela, los museos, el espacio público, entre otros, y estos libran su batalla en el terreno de las ideas y la creatividad.

¿Qué hemos hecho nosotros en ese sentido?

No mucho. Veo la televisión y pareciera que regresamos a aquella época en que en lugar de informarnos, era mejor invisibilizar el conflicto a través de imágenes espectaculares que se supone “grafican” de una mejor manera aquella época. Cuando afirmamos que SL se trata de un puñado de psicópatas que decidieron emprender la lucha armada, estamos sosteniendo una lectura maniquea y superficial, y obviamos las carencias y demandas históricas que delatan su presencia en nuestro país. Cuando en las redes sociales alguien dice que debemos enseñar a estos jóvenes a través de una pedagogía del terror como “apagar las luces, prender velas y comer la comida fría”, lo único que hace es olvidar que mucha gente ha vivido y vive aún así en el Perú. Cuando los políticos y algunos periodistas se escandalizan por el discurso de nuestra juventud que no-sabe-nada-de-esa-época, me pregunto cuántos documentales, folletos, afiches y libros relativos han difundido para crear un pensamiento crítico.


En los últimos años en los que se nos dice que el Perú avanza, la tv muy generalmente produce programas vacuos, el periodismo exhibe un pensamiento poco heterogéneo, nuestros políticos no son confiables y, mucho menos, sensibles en relación a este periodo de nuestra historia. ¿Qué podemos exigirle a los jóvenes? Solamente le daremos una pelea frontal al Movadef cuando podamos argumentar con razón y con memoria. Antes de eso, seguiremos siendo presas fáciles de la manipulación y el facilismo —venga de donde venga—.

(Esta columna fue publicada en el 12/02/2011 en Siete: www.siete.pe)