En este país, desde que tengo uso de
razón, han muerto muchos de todos los bandos, todos los rostros y todos los
colores, y que alguien sea dejado morir por el propio Estado por el cual pelea
no me sorprende. Me horroriza sí, pero no me sorprende que, en este país, un
suboficial de la Policía, perdido a su suerte, sea encontrado muerto en un
paraje de la selva. Eso le sucedió a César Vilca Vega, joven policía cuyo
cadáver fuera hallado muerto el miércoles pasado por su propio padre con ayuda
de nativos machiguengas.
Algunos se preguntarán por qué un padre cuyo hijo se
acaba de enfrentar a las fuerzas opositoras al gobierno tiene que internarse en
la selva e ir a buscar a su propio hijo. He leído en las redes comentarios
indignados, y con justa razón, sobre esta nueva “hazaña” del gobierno, pero no
estoy muy segura de que sea el gobierno de turno el único culpable de estas
escandalosas omisiones, pues esta es una historia que viene de mucho antes: los
batallones, en general, los han conformado los pobres y malcomidos, quienes,
muchas veces, han escalado posiciones a fuerza de aprender de la vileza y
viveza de sus superiores. Recientemente, durante el gobierno de García, se
envió a policías a enfrentarse a la población civil en la zona de Bagua: el
resultado —ya lo sabemos— más de veinte muertos entre policías y nativos, y,
mientras ellos se desangraban, nuestros políticos limpiaban sus conciencias —si
las tienen— comiendo crepes y tomando whisky.
Policías y
soldados que son puestos en el frente como carne de cañón para poner el pecho
en lugar de sus jefes, aquellos que sí serán enterrados con honores y
privilegios, que sí dejarán casas y carros y dinero a sus viudas porque
—entiéndanlo—ustedes, en este país, no dejarán nada, sino solo una pena muy
honda en sus seres queridos. En el Perú, los desposeídos, los subalternos, los
ciudadanos de segunda clase siempre estarán en la parte trasera de esta tierra,
ocultos bajo la selva espesa o tirados en un río sin importar de qué lado
estén. Sería mejor no militar bajo el mando de un Estado corrupto e injusto que
sacrifica la vida de los que se enfrentan en su nombre. Sería mejor no portar
un arma en nombre de aquellos que no recogerán tu cadáver. Sería mejor, digo,
exigir nuestros derechos conjuntamente desde este bando, el bando de los
ciudadanos que deberían —deberíamos— ser una fuerza mucho más poderosa y
resistente.
Impresión intervenida en serigrafía. Taller NN 1984-1989. |
César Vilca tiene un nombre conocido y será enterrado
y llorado bajo este mismo nombre por sus padres; sin embargo, ¿qué pasa con
aquellos desaparecidos durante el conflicto armado interno, cuyos cuerpos
siguen esperando reparación y justicia? ¿Cuándo serán posibles estas palabras
para ellos? ¿Cuándo su familia podrá poner un nombre sobre sus lápidas? Nada
más lejano de mí que hacer un alegato a favor de la victimización. No, este es
un alegato por la justicia de ser enterrado con un cuerpo y llorado bajo un
nombre. En la medida que nuestra memoria siga siendo corta y coyuntural, aquellos
NN retornarán constantemente para recordarnos que aún están allí. La acción del
padre de César Vilca nos muestra una y otra vez que es mejor no confiar en los
de arriba, que hay otro más fuerte que tú dispuesto a dejarte morir. La
indiferencia es de ellos, los del poder; no nuestra.
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