domingo, 29 de abril de 2012

MI QUILCA PERSONAL


Tenía 25 años cuando decidí dejar la seguridad de un trabajo bien remunerado, pero aburrido, para poner una librería en Quilca, en sociedad con Manuel Rilo, escritor y librero desde aquellos tiempos. Cuando llegué allí, Quilca ya había sufrido el despojo de su primera cuadra, la peatonal, repleta de libreros. Las viejas reuniones de revolucionarios, artistas e intelectuales empezaban a ceder un espacio alternativo y fecundo durante mucho tiempo. La tan mentada reubicación había llevado a sus pioneros a alquilar una playa de estacionamiento en la cuadra dos. Ahora, todos tendrían stands, el viejo hechizo se perdería, pero algunos como Paco (conocido en el medio como Paco de a Luca o Paco Quilca) decidieron arriesgarse y alquilaron un local. Era el año 1997, el local de Paco estaba frente al mío. Yo era, pues, una advenediza allí, pero llenamos de frescura ese momento: Meche Miranda pintó la puerta de nuestra librería con una imagen del pop art y trajimos libros y música más actuales. Ya saben, los libros no dan demasiado, así que sobrevivimos como pudimos hasta que un día nos robaron. Fin de ese proyecto, vuelta a la otra margen.

De ese tiempo, me han quedado numerosos y queridos amigos que siempre me reciben cálidamente y con una sonrisa: algunos de ellos todavía siguen allí como Ropero, que vende polos y música; Pedro Ponce ha vuelto mejor que nunca lleno de poesía; o Ángel, que sigue próspero en la venta de toys de colección. Han tenido que pasar por grandes crisis y adaptarse a los nuevos tiempos: del casete al CD y a la diversificación de rubros. Otros, como el Pelícano, volaron. Pero siempre merodean desde sus guaridas, en El Agustino, Paco y mi querido Danny Piraña, amigos de siempre. Además, están Cecilia Farromeque, lectora y aventurera de mundos; y Percy Pezúa, melómano que nos acompañó en esta aventura también. De esa época, fue El Averno. Eran nuestros vecinos, pues compartíamos la casa derruida que nos alquilaba uno de sus dueños. Ellos han persistido. De los desechos, el Negro Acosta y Leyla han construido un espacio para que los músicos, los poetas y cualquier artista manifieste su arte.

Yo era zanahoria para una Lima de la cual conocí sus vericuetos en lo que tienen de bello y monstruoso a la vez. De esa contradicción, me topé con Quiroga, “el buen ladrón”, y su pandilla. Eran tenderos, robaban en supermercados, siempre nos visitaban para contarnos sus aventuras. Eran los protagonistas de los libros que vendíamos, pero mucho más inocentes. Dejé de ser zanahoria, debía caminar por La Colmena nocturna con ojo de gato y paso preciso, pero también comprendí el alma humana en todo lo que tiene de contradictorio en este país, donde la mayor parte del tiempo estamos expuestos al hurto, el asesinato y la injusticia. Quilca era la mezcla de todo eso. Éramos jóvenes, y la represión había sido brutal en aquellos años. De vez en cuando, caía el Roy Santiváñez, poeta y amigo, en su época alucinada, pero conmigo siempre fue un gentleman. Conocí de esa época también a mi adorada y genial cronista Gaby Wiener.

Quilca sigue allí. La primera cuadra peatonal, donde reinaban músicos como Piero Bustos o Richard Silva de Del Pueblo, ahora es el boulevard del pollo a la brasa. La cultura siempre será una segundona bastarda. Felizmente, todavía hay gente que persigue el sueño a través del arte. Distan mucho de ser los emprendedores de moda, y son, más bien, los tercos, los soñadores; los que valen. 


Esta columna fue publicada hoy domingo 29 de abril de 2012 en el Semanario Siete

domingo, 22 de abril de 2012

MÍRAME QUE TE ESTOY MIRANDO (fotografía y deseo)


Hubo un tiempo en que quise dedicarme a la fotografía, incluso tuve un cuarto oscuro en la casa de mis padres, donde hacía mis propios revelados. Esa etapa terminó para mí, pero me quedan valiosas fotografías que han retratado personajes e historias convertidas ahora en parte del archivo de mi vida.

Ahora vuelvo a este tema motivada por la Bienal deFotografía de Lima. La instalación de la fotógrafa Sonia Cunliffe “Un hombre y una mujer ” en la galería de Euroidiomas en  Miraflores. Esta muestra viene acompañada por un lindo catálogo en miniatura con algunas de las fotos/postales que acompañan la muestra de la colección y archivo de Jorge Bustamante. La muestra cuenta una historia de amor y deseo entre un fotógrafo-voyeur, César, y Paquita, su enamorada y amante. La ruptura de ambos, por el matrimonio de Paquita, y el reencuentro en la vejez, reanuda el placer del encuentro clandestino con la misma fuerza de sus primeras citas, aunque ambos con un cuerpo menos brillante y joven. Los negativos y las fotografías en miniatura tienen como soporte un catre al que se han superpuesto lupas para que todos los mirones las husmeemos una por una. Así, con calma y con zozobra ante la sorpresa que emerge detrás de ellas.

Deseo y transgresión son dos palabras que podrían resumir esta muestra que retoma su vigor a partir del rescate de fotografías antiguas, en blanco y negro o sepia. Al exhibir estas fotos del primer tercio del siglo pasado, se actualizan el erotismo y la cercanía de la piel a través de los cuales se vive el goce de mirar y ser mirado: “Mírame que te estoy mirando”, le escribe César a Paquita en 1927 cuando su piel ya mostraba asperezas. Son cuerpos de otra forma y de otra belleza, marcados por la experiencia de una vida congelada por estas fotografías que irradían una extraña atracción, que nos acercan a nuestros más íntimos deseos y miedos. Vidas anónimas que gozan y ¡vaya que están gozando después de casi un siglo! y, ahora, bajo nuestra mirada. Vamos de un catre a otro, saltamos de golpe en el tiempo: de la lozanía a la decrepitud. Ellos fueron muy astutos, comprendieron que el sexo y el placer están más allá de los mandatos que pretenden gobernar nuestros cuerpos. Si algo tienen de obscenos es la impudicia al mostrarse en su plena desnudez. 


¿Cómo es el amor y el sexo en la vejez? Llenos de prejuicios pensábamos que nuestros abuelitos se sentaban a ver la televisión o a hacer el bordado. En estas imágenes está ampliamente detallado aquello que no se nos deja ver, pero que esta pareja ha decidido documentar a manera de fetiche, de motivación voyerista de su propio placer. Estas fotografías exponen la desnudez en todo su esplendor: con sus surcos, sus caídas y sus vestusteces. La carne se exhibe grotesca y abiertamente, sin maquillaje ni photoshop. Sin embargo, no nos engañemos, también hay un teatro en todo esto, el teatro del fetichista que ha querido registrar exhaustivamente el escenario de su propia sexualidad y sus rituales, sus cartas y sus dibujos eróticos.

Acostumbrados al consumo pornográfico y a la venta de cuerpos sanos y bellos, esta muestra nos invita vernos a nosotros mismos y hurgar en lo encorsetado de nuestro propio deseo. Susana Torres ha escrito en el catálogo: “Lo perturbador no está en el acto sexual desde lo vetusto, sino en la del acto fotográfico que lo prolonga hacia esa zona de nuestra libido en que nunca caduca el deseo”. La suscribo plenamente. 

Esta columna fue publicada hoy domingo 22 de abril de 2012 en el Semanario Siete

jueves, 12 de abril de 2012

¿NECESITAMOS UNA VOZ MÁS MASCULINA?


El título de esta columna cita las palabras del congresista Kenji Fujimori en el Congreso de la República el día 9 de abril. Inmediatamente, los congresistas de la bancada de Gobierno reaccionaron con la condena y el pedido de disculpas y retiro de la frase antes mencionada por parte del congresista de Fuerza 2011. ¿Qué fue lo que les molestó? En realidad, algunos ni siquiera pueden decirlo. Por otro lado, al ser increpado, Kenji habló de una cuestión de “género”, lo cual enredó aún más la situación. Yo creo que a los congresistas de la bancada nacionalista les molestó el hecho de que estuvieran diciendo que su líder no fuese lo suficientemente “viril” como para dirigir el país, tras la sospecha, “vox pópuli”, de que, en realidad, quien lo hace es Nadine Heredia.

Algunos comentaristas de TV han minimizado el asunto y opinan que esa discusión no es importante, que hay situaciones urgentes que deben resolverse en el país. Sin embargo, a mí sí me parece importante ir más allá de una frase que quiere pasar desapercibida y perderse en su pretendida inocuidad u ocultar su subterráneo sentido, y que tiene que ver con la construcción simbólica de nuestro país, que siempre ha descansado en la premisa de las voces fuertes y una larga historia de golpes de Estado y juntas militares durante la República.

La primera pregunta que habría que hacerse es ¿quién podría ser el representante de esa voz grave, fuerte, decidida que exige K. Fujimori? Si se pide algo es porque existe un modelo, un ideal que posee determinadas características. Una voz masculina está vinculada con la gravedad, la firmeza y la decisión. Lo contrarió sería una voz “femenina”: suave, confusa, sentimental, atributos esencialistas que se nos ha enseñado a reconocer a lo largo de nuestras vidas. Evidentemente, lo dicho por Kenji Fujimori es una apelación a la nostalgia de la era paterna —que se supone “clara” y directa—, una mención, sin duda, al padre: Alberto Fujimori. El día 5 de abril de 1992, cuando Alberto Fujimori salió en tecnicolor a “DI-SOL-VER” el Congreso, desde el que su hijo habla hoy, nos sumió en un discurso omnipotente, en el discurso de esa voz “más masculina” que sabe bien lo que hace y no duda, al punto que persiguió y expulsó a su esposa de Palacio de Gobierno y se coludió con el ladrón y asesino Vladimiro Montesinos. No obstante, esa voz autoritaria no solo estuvo encarnada y representada por Alberto Fujimori, sino también por varias de sus emblemáticas congresistas y el poder que se le otorgó a las fuerzas armadas.

Desde los años ochenta, de regreso a la democracia, nuestras “voces masculinas” han estado ligadas a un gran verticalismo: Abimael Guzmán y Alberto Fujimori construyeron organizaciones que, aunque con diferente motivación, se han sostenido sobre un discurso autoritario. Una voz masculina de ese tipo no necesariamente se vincula con la claridad, sino, muchas veces, con la opacidad que se esconde tras una aparente seguridad y firmeza. Ser claro no implica el grito ni la imposición, ser claro y ético nos puede conducir a un liderazgo y a un consenso.

Necesitamos más de voces claras y honestas, y no de esas “voces masculinas” que han hecho de la viveza criolla, el robo y la impunidad una virtud, que han creado torturadores como Telmo Hurtado a cambio de una pretendida “protección” o un discurso del “progreso”. Esas “voces masculinas”, impositivas, sin ética, son las que deben desaparecer de nuestro discurso como nación y deben ceder el paso a voces de diálogo y horizontalidad.