A mí lo que más me subleva de los problemas
que están ocurriendo en Espinar y Cajamarca es que venga una camarilla de
políticos y militares a decirnos que todo un pueblo que se ha congregado contra
la minería sea un puñado de “revoltosos” y “extremistas radicales”. Déjense de
cosas: si de extremismos radicales hablamos, ¿qué mayor radicalidad fría que un
Estado no cuide a los suyos y el presidente se vaya a ver un partido de fútbol —perdido
ha tiempos— para que nos olvidemos de los muertos en Espinar? ¿Qué más
extremismo que se envíe a muchachos al VRAE y se les abandone a su suerte? Ya,
pues, no nos sigan contando cuentos que ya estamos demasiado trajinados en esta
llamada “democracia” de la República del Perú.
Nuestro presidente es un “amigo” que
conoces en el Facebook o a través del Twitter, que, de cuando en cuando, se le
ocurre mandar un mensaje para los que usamos estas redes, y para los que no,
porque no tienen acceso, aparece en un asentamiento humano inaugurando obras de
agua y desagüe como para que nadie diga que discrimina a las gentes del Perú. Otro
que ha aprendido a usar las redes e ir a partidos de fútbol cuando el país
enardece es el premier Oscar Valdés, quien, para demostrarnos su cultura en
este país de incultos, podridos e incendiarios, nos cita al historiador Jorge
Basadre. Me quedé pensando cuál de sus citas citables lo definirían: ¿una
chacrita, la defensa de sus iguales, o una lluvia de bombardas en el cielo?
Pero volviendo a nuestro presidente. Ahora
anda en encuentro cumbre, en Chile; sin embargo, las papas aquí queman, pues, y
algo tendrá que responder, digo, porque ¿cómo le hacemos con los muertos
semivivos, señor presidente: con la muchacha de Cajamarca que dejaron
inconsciente sus policías, o el camarógrafo que desnudaron y golpearon ante
nuestros ojos por quitarle una cámara? Si no se ha enterado, ya pasaron las
épocas de dictaduras salvajes, aunque aquí todo lo justifican con la defensa de
la democracia y el plan económico. ¿Es esa la gran transformación? Vaya, vaya.
Según lo que he venido escuchando en los
medios de comunicación, para que la democracia persista en este país, debe caer
todo el peso de la ley sobre esos revoltosos. En fin, son las cosas que siempre
dicen y escriben nuestros medios de comunicación cada vez más cínicos. Pero, entonces,
aquí habrá una masacre, porque no son “unos cuantos”, son muchos, muchísimos
los que han tomado las calles de esos lugares. Y, como para agudizar más las
contradicciones, los políticos los llaman “manipulables” o “revoltosos” y
“radicales”, sujetos concebidos como meros receptores de ideas, como si el
sufrido día a día no les confirmara que es justo lo que piden.
En nombre de esta “democracia” del Tercer Mundo,
se han cometido muchas injusticias y crímenes. El día que la democracia sea,
por fin, una palabra amplia y justa, y la ley no sea un mero yugo que se impone
solo a quien conviene, nosotros, los incendiarios, podridos y congelados —o
como quieran llamarnos—, seguramente dejaremos de escribir sobre estos asuntos.
Antes de que eso ocurra, será bastante difícil que suceda, porque lo que ellos —los
de arriba— llaman “diálogo”, en medio de un estado de emergencia y un alcalde
en prisión, yo lo conozco con otros términos: imposición y amedrentamiento.
Dudosa semántica la de los poderosos.
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