domingo, 19 de agosto de 2012

TIEMPO PASADO: A 20 AÑOS DE LA CANTUTA Y MÁS DE ACCOMARCA


Hace un año, una alumna me preguntó por qué debía saber sobre hechos ocurridos durante la guerra interna en el Perú, adujo que no era su época, que eran asuntos pasados, que ellos no eran responsables por esos hechos. Bien, la cosa es cómo sensibilizar a estas almas –que, por cierto, son muchas– sobre crímenes ocurridos durante el siglo pasado. Supongo que debe haber sido una de las preguntas que se hicieron los miembros de la CVR. Su respuesta a ello es el gran archivo de testimonios e historia que ha construido la Comisión, valioso para nosotros los letrados, pero con nulas expectativas de tocar fibras profundas en nuestra comunidad.

A propósito del recuerdo y la memoria, se acaba de inaugurar en la Galería [E] Star (Belén 1042) la muestra “La Cantuta en Nuestra Memoria”, curada por la antropóloga visual y activista Karen Bernedo, en la que se recuerda, a través de piezas de arte y objetos, la cronología del secuestro y asesinato de 9 estudiantes y un profesor de La Cantuta*; estudiantes que hace 20 años podrían haber sido como aquella alumna distanciada cínicamente del pasado. Coincidentemente, esa misma madrugada se conmemoraban 27 años del asesinato de 69 comuneros en la zona de Accomarca (Ayacucho) en el año 1985. El responsable de la masacre*, el mayor Telmo Hurtado, en reciente careo con uno de sus jefes ha dicho: "Yo no tengo nada que inventar. Usualmente, usted y los mandos superiores falseaban información sobre los capturados y eliminados. Apenas informaban el 10% de las bajas".

¿Dónde están esos cuerpos, esas bajas no contabilizadas? Estos crímenes cometidos durante nuestros “gobiernos democráticos” han ocurrido en diferentes espacios y contra diferentes sujetos: un día eran campesinos; otro, estudiantes. Unos por subalternos, otros por políticos. Todos éramos sospechosos. La democracia que practicamos es un régimen hecho de “babas” –como diría mi madre–; un entendimiento entre los que detentan el poder y quienes cada 5 años elegimos a los políticos que no responderán por lo que verdaderamente pensamos que es la democracia, es decir, igualdad ante la justicia, cuidado de la vida, dignidad, respeto por los ciudadanos, derecho a la discrepancia, etc. Por eso, cuando se conmemoran estos crímenes, me molesta sobremanera que aquellos que sobrevivieron a la muerte de sus familiares además tengan que demostrar constantemente que no eran “terroristas”. ¿Por qué si estamos en un estado de derecho, si vivimos en “democracia” debemos “limpiar” a quienes fueron asesinados extrajudicialmente mientras que a los culpables se les rebajan las penas?

Sobrevivimos a un tiempo de guerra, a un tiempo difícil, de convicciones que llegaron al extremo y crímenes horribles, pero también vivimos. Por eso, de esta muestra lo que más me gustó fue la exhibición de los recuerdos, de aquellos objetos que tienen un aire de familia; aquellos que te devuelven a  esos cuerpos secuestrados, cuerpos que jugaron, que se fotografiaron con los amigos. Esos pequeños rituales familiares, esos objetos privados como la trenza de la pequeña Bertila han sido puestos en un espacio relativamente público, porque hay madres, padres, hermanxs que necesitan que nosotrxs, los que estamos de este lado, sepamos que aquellos por los cuales han luchado tienen un nombre, y tuvieron una infancia y una juventud. Conmovedor fue también ver a los familiares presentes hablar entre ellos de los objetos, escucharlos recordar. Su presencia es testimonio vivo de que el amor y la dignidad están más allá de toda una historia de infamias. Desde esta columna, mi admiración y mi hermandad forever

*Sobre el Crimen de La Cantuta, además de Muerte en el Pentagonito de R. Uceda y El crimen de La Cantuta de Efraín Rua, puede ver el documental La Cantuta en la boca del diablo (http://www.youtube.com/watch?v=ciUe_l3hSYI&feature=player_embedded)
* Sobre la Matanza de Accomarca, puede leer el cómic Barbarie de Jesús Cossio y el informe de la CVR.


Esta columna fue publicada el domingo 19 de agosto de 2012 en el Semanario Siete

domingo, 12 de agosto de 2012

JAVIER HERAUD NO ES NINGÚN COJUDO


Esta semana el poeta Rodolfo Hinostroza hizo declaraciones polémicas en el blog NMM (Nosotros Matamos Menos). He leído, a través del Facebook, a mucha gente alabarlo por “ser directo y franco”. Lo siento, pero a mí la entrevista me supo bastante mal por ese tufillo de superioridad contra Renato Sandoval y Ricardo Silva-Santisteban, pero, sobre todo, por su visión simplista de la muerte de Javier Heraud. Hinostroza es un poeta excelente y, particularmente, lo aprecio y he escrito sobre su nouvelle Aprendizaje de la limpieza, pero cuando a nuestro poeta le dan una metralleta se dispara a sí mismo.

Serigrafía de Alfredo Márquez
 Ahora resulta que la vida y la muerte de Javier Heraud se explican por un supuesto “bullying” que sufriera en su etapa escolar. Dice Hinostroza: “Le hacían bullying al pobre Javier. Él es una de las primeras víctimas de bullying en el Perú. En el Markham siempre lo trataban mal, le metían cabe, le metían la mano, yo sé lo que son esas cosas, porque yo he estudiado en el Guadalupe, que era un colegio más bravo”. Es decir, que toda una vida vivida con intensidad, tanto en el campo artístico como en el político, se resume a una palta del “pobre Javier”.

El bullying es un término que ha acuñado la psicología para describir una situación bastante vieja entre los escolares, y que se ha expresado particularmente en los colegios de hombres, pues estos hace solo menos de 20 años definían su masculinidad demostrando ser no-mujeres; por tanto, mostrar cualquier “debilidad” era considerado un gesto de mariquitas. Recordemos nomás La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, donde esta situación se expresa a lo largo de toda la novela: el Esclavo es “el punto” de la clase, el sujeto sobre el que se posan todos los miedos del “hacerse hombre” en un colegio militar. Tanto pánico causa que finalmente es asesinado.

Es muy probable que, al igual que cientos de adolescentes, Heraud haya padecido este hostigamiento, pero ¿esto es suficiente para afirmar que su trágica muerte en Madre de Dios, en 1963, como integrante de la guerrilla se deba a esa herida no sanada a tiempo? Me niego a pensar que el poeta que publicó El río a los 18 años y ganó el premio Poeta Joven del Perú (que no se lo daban a cualquier cojudo) y cuya vida se fue perfilando poco a poco hacia un destino político pudiera responder solo a un tema personal. ¿Por qué querer tapar/esconder el lado político del poeta de El viaje? Como Hinostroza cuenta, Heraud ya sabía para qué iba a Cuba. Según su testimonio, era uno de los pocos que ya se había decidido a tomar las armas. Eran los años sesenta: la Revolución cubana, el Che, las utopías; el mundo se debatía en medio de la guerra fría, y la CIA ponía y sacaba presidentes en América Latina. Un joven sensible como Javier Heraud decidió dejarlo todo: su casa, su posición de clase, pensando en un mundo en que la justicia podía ser posible. El Perú era —es— un país predispuesto para el enfrentamiento, dada la opulenta riqueza de unos pocos y la vergonzante miseria de muchos. Antes de morir, escribió unas líneas a su madre: “Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me criaste honrando y justo, amante de la verdad y de la justicia”.

Pero este es el país de los “vivos”, ¿no?



Esta columna fue publicada hoy domingo 12 de agosto en el Semanario Siete.